Entradas

Carta a mí mismo

Siempre has sido muy tolerante con los errores de los demás. Comprendes y asumes que el resto del mundo tiene derecho a equivocarse, porque nadie es perfecto. Y más derecho tienen cuando el error no nace de la intención, sino del desconocimiento o de una buena intención. Eso lo entiendes. Respetas el crecimiento de las demás personas porque equivocarse, reconocer los errores y trabajar para enmendarlos es aprendizaje y mejorar como persona. ¿Qué pasa cuando te equivocas tú? No eres tolerante. No eres permisivo. No eres comprensivo. No puedes equivocarte. Has hecho daño, y eso significa que todo lo bueno que el resto ve en ti, se desvanece. Como si nunca hubiera existido. No te van a volver a ver con los mismos ojos. Van a descubrir que no eres perfecto y que no tienes las cosas bajo control. No mereces otra cosa que no sea el repudio. Y la sensación de culpabilidad es infinita. Te invade, pesa y te ahoga. No tienes el derecho a equivocarte y muchos menos a ser perdonado. No tienes tamp...

Veintisiete

  Tengo tantas formas de decirte que te quiero como años cargo a la espalda:   Que quiero llenarte el pelo de flores para que siempre vivas en primavera.   Preguntarte si estás bien aunque ya sepa la respuesta.   Abrazarte en cada esquina de la casa como si pudieras desaparecer en cualquier momento.   Llenarte las manos de todo aquello que te mereces, y donde sólo caben tu suerte y la mía.   Trepar hasta tu boca, y dormir en ella hasta el invierno que viene.   Hay tantas cosas que quiero darte para las que me sobra tiempo y me falta vida.

2025

Quiero llenar los huecos de mi reloj con las manecillas de tu tiempo. Quiero que la electricidad no sea sino el equivalente a eso que ocurre cuando tus dedos conectan con cualquiera de mis nervios un segundo antes de que se produzca el contacto.  Quiero que tu olor me acompañe como un recordatorio constante de que existe, desde que llegaste, algo intangible capaz de ocupar todos mis espacios.  Quiero que sigas llenando el hueco que dejo en mi pecho para ti, cuando quieras volver. Y quiero que entre las agujas del tuyo encuentres que, aun teniendo miedo, decides quedarte.

Noviembre

Reconozco  que no sé dónde se encuentra tu límite  entre la risa y el desasosiego. No sé si piensas en mí incluso cuando no lo haces. Pero hoy me apetece escribir poesía hasta que tus párpados decidan cerrarse.  He vuelto a leer a Elvira y he (re)descubierto que no hay mejor regalo que yo pueda hacerte que escribirte un poema. Aunque no haga justicia a mis sentimientos. Te he mirado de reojo varias veces y mis arterias se han ensanchado como si no hubiera sentido nada antes. Y aunque a veces no sepa acabar me conformo con que el día acabe enredado en tus piernas al calor de nuestro invierno improvisado.

Buzz y Woody

Las amistades, como el amor, no se buscan. Aparecen sin más, como un hallazgo valioso e inesperado, causal o por destino: eso que se conoce como serendipia. Es cuestión de práctica, error y acierto. También inconsciente, porque el vínculo que une a dos personas está trazado por factores que escapan a la voluntad. Conocer a alguien, al fin y al cabo, es como conocerse a uno mismo. Lo que gusta y lo que no. Preferir una canción a otra, el dulce o lo salado, más de apego o de frialdad. No es que sea como conocerse; uno aprende a saber más de si mismo, viéndose en situaciones que quizás nunca antes se habría planeado.  Una parte de lo que somos es consecuencia directa de las personas que conocemos, y la amistad es causa de no perder nunca una de las piezas que conforman a cada uno de nosotros. Claro que las personas evolucionan, y así la amistad nunca deja de ser un camino, un proceso de aprendizaje. Es un viaje al interior de otra mente. Creo que traicionar a un amigo es de las c...

Amor, veneno

Pongamos que hablo de Madrid. Rebelde, desenfrenada. Te quiere, pero nunca la oirás decirlo. Prefiere la música alta, la poesía de extrarradio. La encontrarás regalándote un atardecer en el Templo, un café cargado de ironías o una risa difícil de olvidar. Pongamos que hablo de calles vacías. O no. Le aterra quedarse sola, vacía, sin nadie  que respire el aire que brota de cada uno de sus rincones. Tiene defectos, pero no lo reconoce. No le mientras, porque acabará por destruirte. Lo importante es que le hagas reír. Regálale una sonrisa cada día, y habrás ganado un pedazo de su lado más canalla. Vive su arte, sus secretos. Vive. Dale tus mejores noches, tu azotea en compañía, y la estampa de Gran Vía un atardecer cualquiera. Y cuando sientas que no puedes más, huye; pero vuelve. Te estará esperando. Pongamos que, en realidad, hablo de ti Para A: te debo el café de mañana y la cerveza de tarde en la azotea que ya has hecho casi tan mía como tuya

Mujer bruja

Una tarde de cervezas en el parque. Proponerte el Retiro y te metas conmigo. Acordarte de las vistas del apartamento, para contemplar Gran Vía, el Capitol en neón. Que te rías, nos riamos, de todo y de nada. Vivir un amanecer en aquella azotea que ya considero nuestra. Que vivamos el humo, fuerte, creando aquelarre. Y solo pensemos en volver.