La fe de los incomprendidos
Nunca tuve una fe
demasiado consistente:
fui devoto de tu silencio,
austero y a destiempo,
pero siempre tan oportuno.
Me deleité cada domingo
con la misa que ofrecían tus suspiros y gemidos,
tus exhalaciones y quejidos,
tus delirios y tus reproches
y tus te quiero.
Veneré a todas horas tu cuerpo,
impuro y húmedo,
perfecto y sencillo
y mío por entero.
Recé a tus pensamientos
cada día
para que nunca te obligaran a dejarme
y privarme así del objeto
de mi fervor.
Y es que los santos
no siempre visten hábito
y esperan en los altares ser adorados,
a veces llevan sólo su sonrisa
y te esperan en tu cama.
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